Si un lector quiere realizar una radiografia de la situación actual de la poesía en castellano en Valencia, posiblemente se sentirá perdido entre la avalancha de novedades que aparecen estos días. Pese a ello intentaré trazar un bosquejo, sujeto, cómo no, a error, dada su simplicidad y la complejidad de la situación.
Cuando se quiere hablar de la poesía en castellano que se produce en el País Valenciano, no se puede separar de las tendencias que se han ido generando en otros ámbitos del Estado, aunque la producción local sea poco conocida en otros lugares, ya que son pocos los casos que han sido reconocidos fuera de nuestra fronteres (Gaos, Gil-Albert, Brines, Carnero, Siles, Talens). Cuando surgieron a comienzos de la década de los setenta síntomas de renovación poética (los novísimos o generación del lenguaje) frente a la poesía social dominante, sólo dos valencianos, Guillermo Carnero y Jaime Siles, que viven y publican su obra fuera de Valencia, participaron directamente y fueron unas de sus voces más significativas. Esta renovación se caracterizó por el ansia de superar el empobrecido panorama cultural y de generalizar una voluntad de modernidad, asimilando, y traduciendo, las distintas vanguardias europeas. Todo esto repercutió en su poesía, de ahí suobsesión por el lenguaje, a menudo tomado como eje de reflexión, las referencias culturalistas y su denso trasfondo intelectual.
Este ambiente de renovación poética hizo que sus mejores representantes acaparasen los primeros lugares del hit parade poético, lo que había de propiciar la aparición de una nueva generación de poetas jóvenes, como Jenaro Talens, Eduardo Hervás, Pedro de la Peña y Ricardo Bellveser, agrupados en torno a la editorial Hontanar.
Malabarismos
La hegemonía de la nueva estética dejó huellas en la promoción que aparece a finales de los setenta y desarrolla su obra en la presente década. Muchos comparten con ellos su adscripción a los ambientes universitarios y su preocupación por las traducciones. Ahora bien, en ellos empiezan a advertirse ciertos síntomas de cansancio por los malabarismos poéticos, lo que hará que se lime el lenguaje de lo que ahora se considera toda una serie de excesos gratuitos. Unos —J. L. Falcó, M. Romaguera, J. L. Romero, M. Herráez, J. L. Ramos— rechazan la anécdota para elaborar una poesía esencialmente metafórica, sin desdeñar la emoción; otros —M. Mas, A. Belinchón y S. F. Cava— se acercan más a una poesía de la experiencia por su preocupación por el lenguaje.
De este grupo destacaría a Falcó, Romaguera y Mas. Falcó ha reunido su breve obra en Paisaje dividido (1988), donde forja una poesía breve, casi hermética, de gran belleza. Concepción similar presenta el Jardín de Ida, de Romaguera, que se acerca a una poesía mística y de sensibilidad oriental. M. Mas parte de autores de los años sesenta, como Brines, para elaborar una poesía reflexiva y de tema existencial, muy personal, de corte sensual y clásico.
Al margen de la calidad de un amplio grupo de poetas, lo cierto es que las estéticas de los años setenta desencadenaron, en acertada expresión de Luis Antonio de Villena, una «retórica de la sorpresa» que durante unos años produjo una sensación de impotencia y alentó cierto escepticismo sobre la creación poética. Poco a poco se ha vuelto a respirar una nueva confianza en la palabra: no importa tanto la originalidad como la capacidad de expresar emoción y belleza. El valor de un poema dependerá de cómo está escrito, con independencia del estilo elegido.
Al menos ésa es la sensación que da la aceptación con que han sido acogidos los nuevos valores de los primeros años ochenta en todo el país y la admiración que aquéllos profesan por poetas como Brines y Gil de Biedma, y la reactivación de un poeta tan importante como César Simón, que desde Precisión de una sombra (1984) se ha convertido en imagen de culto. Los nuevos autores se aliarán con los veteranos para defenderse del peso de los padres (generación de los setenta), aunque sin llegar a un rechazo frontal, ya que aceptan algunas de sus conquistas, como la preocupación por el lenguaje y la estructura del poema y el libro concebido como totalidad.
Hacia 1985 empieza a aparecer en Valencia un nuevo grupo de poetas jóvenes de personalidad ya bastante definida (V. Gallego, J. L. Martínez Rodríguez, C. Marzal, J. L. V. Ferrís, F. Garcín Romeu, R. A. Fernkldez y J. P. Zapater). Lo primero que llama la atención es la relativa facilidad con que han publicado y con que algunos de ellos han superado las barreras provinciales. Aunque no pueden ser considerados como un grupo homogéneo porque cada uno se inscribe en una tradición diferente, sí se observan unas características comunes coincidentes con la poesía de la experiencia: crónica de los avatares del yo con un cierto tono narrativo, vuelta a ciertos moldes tradicionales y la utilización por algunos de ellos del estrofismo y la métrica clásicos. Aunque a algunos se les podría reprochar una cierta limitación temática, mimetismos excesivos demasiado evidentes y falta de tensión con el entorno, sería injusto hacer extensiva esta acusación a la totalidad de los miembros del grupo. Entre todos ellos creo que por el momento sobresalen el fuerte humor de tono narrativo con que C. Marzal reflexiona sobre sí mismo y sobre la vida. Amparo Amorós, autora de una poesía interiorizada y meditativa, pero que en su último libro, Quevediana, hace una poesía menor, aunque sabrosa e irónica, sobre prototipos actuales; Vicente Gallego, sin duda una de las voces más personales y brillantes; en su La luz, de otra manera construye, con las huellas de Brines y César Simón, una profunda poesía sobre la experiencia; y, por último J. L. Martínez Rodríguez, uno los más innovadores, que practica una poesía llena de sorpresa y con un interesante uso del lenguaje coloquial; su Pameos y meopas de Rosa Silla, una de las novedades que publicará Gregal, puede ser una grata sorpresa.
Trasfondo urbano
Al margen de las tendencias comentadas no podemos olvidar línea poética que desde princ pios de los ochenta edita Malvarosa; esta línea parte de la poesía beat, que genera una poesía más abierta a la vida, con trasfondo urbano y referencias a la música y el cine. Cabe resaltar a Uberto Stabile, que esta Feria publicará un nuevo libro: De Kategorías (neón para una poética de las ciudades), y el poemario Francia, de Alfons Cervera.
Además de las novedades ya citadas, la colección 900 poesía, de la editorial Mestral presentará Siciliana, de César Simón; la antología 100 poemas, del andaluz Fernando Quiñones; y obras de dos jóvenes poetas: La mala compañia, del andaluz F. Benítez Reyes, y la antes citada Pameos y meopas de Rosa Silla, de J. L. Martínez Rodríguez. También presenta Antología poética una traducción de la poetisa norteamericana Marianne Moore, y ofrece además una traducció del libro La edad de oro, del poeta catalán Francesc Parcerisas.
Pre-textos ofrece libros de dos suramericanos, El río y la piedra de Manuel Ulacia, y Sucedidos o exorcismos de José Sanchís Banús de Américo Ferrari. La Consejería de Cultura publicará La ciudad sin mar, de Rafael Camarasa (Premio Miguel Hernández, 1988), y la Institución Alfons el Magnànim, una obra en castellano de Vicent Andrés Estellés: Soledad primera. Malvarosa presenta Del eterno regreso, de Jesús Zomeño, y Cançons-Canciones, de Remigi Palmero. En Alicante, Aguaclara editará obras de dos poetas jóvenes, Compás del vacío, de A. L. Prieto de Paula, y Suma de barro, de L. Bonmatí. Y en Elche el grupo Frutos Secos ofrece una antología de poetas ilicitanos.
EL PAÍS, 19/05/1989
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